Y es que desde muy niño, Gillis Patrick Flanagan, nacido el 11 de octubre de 1944 en Oklahoma (EE.UU.), demostró unas habilidades fuera de lo común: a los seis años ya estaba interesado por la química, tanto que su padre decidió construirle un pequeño laboratorio, a los nueve, sus conocimientos igualaban a los de cualquier estudiante universitario, con once ya tenia su carnet de radioaficionado, y con dieciocho obtuvo el galardón de la Academia de Logros de San Diego, en California, como reconocimiento por su invento para permitir a los sordos oír a través de la piel mediante un dispositivo al que llamo Neurophone.
Flanagan poseía una biblioteca prodigiosa para su época - nada menos que 40.000 volúmenes-, pero mas lo era su mente y especialmente, su capacidad para digerir tanta pagina impresa. Ya en la escuela secundaria su capacidad de lectura se cifro en 14.500 palabras por minuto (aproximadamente unas 50 paginas) con una capacidad de comprension del 95%. Otra de sus curiosas habilidades era su "mente pizarra", que le permitia desarrollar mentalmente sus inventos antes de plasmarlos, de forma que antes de exteriorizar sus planteamientos corregía sus propios defectos.
También su mundo de los sueños era bien rico. Según se cuenta, en 1952, uno de estos paseos oníricos le marco profundamente. En su transcurso vio que el mundo estaba a punto de experimentar una transformación tecnología tan importante como la Revolución Industrial, cuyos protagonistas serian los ordenadores. A consecuencia del sueño desplazo su interés hacia la electrónica, inventando y elaborando sus primeros dispositivos informáticos cuando aun no había cumplido los 11 años de edad.
Uno de aquellos sorprendentes dispositivos consistía en un detector portátil de misiles intercontinentales, que podía registrar en cuestión de segundos disparos de misiles y explosiones nucleares que se produjeran a 10.000 km de distancia. Para el diseño de este aparato Flanagan tuvo en cuenta que, como consecuencia de la combustión en los cohetes, los gases se ionizan a las altas temperaturas, trasmitiendo ondas de muy baja frecuencia que viajan alrededor de la Tierra. La cola de estos iones crea una especie de antena y, mediante un receptor, se puede aislar la señal y averiguar la hora y dirección de los lanzamientos.
Un día cuando el joven asistía a su clase de matemáticas, entro el director de su escuela diciendo: "Necesito que Patrick venga a mi despacho inmediatamente, el Pentágono esta al teléfono". No se trataba de una broma: un general se mostraba interesado por su detector. Pocos días después, recibió la visita de varios oficiales con la intención de llevarse algunos planos y el dispositivo en cuestión.
Sospechosamente tres años después, el gobierno de EE.UU. notifico a la prensa que había desarrollado un equipo de satélites que podía detectar el lanzamiento de un misil o una explosión nuclear que ocurriera en cualquier lugar del mundo.
Sin embargo, su gran invento fue el Neurophone. Este sistema utilizaba la piel a modo de tímpano y el sistema nervioso para transferir los sonidos al cerebro. El investigador Nick Begich, autor de Hacia una nueva alquimia, cuenta como puso a prueba uno de estos aparatos.Flanagan le entrego dos electrodos invitándole que se los colocara en cualquier parte del cuerpo. Begich los ubico entre el pulgar y el índice de sus manos e, instantáneamente pudo oír la música que venia de un disco que se encontraba dentro de un aparato sin altavoces. Sin embargo, escuchaba la música como si sonara dentro de su cabeza.
Cuando se realizaron demostraciones publicas del invento, los medios de comunicacion lo acogieron con entusiasmo y una empresa ofreció a Flanagan ocho millones de dolares para desarrollarlo, pero el portentoso inventor rehuso el ofrecimiento. Pese a todo, para registrar su patente se vio obligado a demostrar la eficacia del invento. Lo tuvo que hacer ante una comisión en Washington, adonde viajo en compañía de su abogado. Allí se encontró a un anciano con sordera total en un oído y un 90% en el otro.Flanagan le aplico los electrodos e hizo sonar un disco de la soprano María Callas. Al comenzar a girar las lágrimas del paciente fueron la señal indiscutible de que podía oír. Según dijo, la música le llegaba hasta el interior del cerebro. Lógicamente, aquello resulto definitivo para que la patente numero 3.393.279 fuera a parar a su invento.
Un año después, en 1968, Flanagan solicito otra patente para proteger un modelo de Neurophone mas avanzado. Este nuevo dispositivo transmitía sonidos codificados al cerebro de las personas de forma comprensible, algo así como una maquina telepática electrónica. Sin embargo, no pudo seguir adelante porque la Agencia de Inteligencia Norteamericana confisco la solicitud de patente y sello su aplicacion bajo orden de confidencialidad. La concesión de la primera patente había despertado el interés del Pentágono por sus posibles aplicaciones militares y no solo se le prohibió hablar de su invento, sino también promocionarlo en beneficio de los sordos e, incluso investigar futuras aplicaciones y modificaciones.
Y es que parece que el gobierno había descubierto otro uso para el dispositivo, aplicándolo para experimentos de control de comportamiento humano. Por entonces, la CIA estaba involucrada en el proyecto MK Ultra de control mental. Curiosamente alguno de los humanos que fueron utilizados como cobayas para este experimento aseguraban oír voces en sus cabezas que les invitaban a hacer una o otra cosa.
Quizá la suya fue una sola de las 750.000 patentes requisadas por el Departamento de Defensa quien sabe para que oscuros intereses.
.jpg)
No hay comentarios:
Publicar un comentario